Aquí tienes el siguiente relato del viaje de Yola en China, Pakistán e India, nuestra aventurera alrededor del mundo…
Voy a intentar hacer un resumen de lo acontecido en ese último mes (largo). Mis peripecias por China, Pakistán e India, porque publicar todo nos pone en el año que viene por estas fechas, y como que ya llevamos suficiente retraso. Ya se irán publicando las cositas del diario, y las informaciones prácticas, poco a poco.
Entré a China desde el norte de Vietnam a mediados de Agosto, y metí la directa porque es un país al que tampoco quería ir (a este ni por asomo), pero que terminó resultando mi “salvador”. En pocos días de bus, tren y un corto vuelo, llegué al norte para encontrarme con los últimos vestigios de la Gran Muralla, que parece que si uno ha visto el interminable muro ya puede decir que ha estado en China.
Seguí esos restos de adobe enladrillado hacia el oeste, lo que me llevó a la ciudad-oasis de Dunhuang, desde donde accedí de forma “casual” (si las casualidades existen) y completamente improvisada al fastuoso desierto de Gobi. Ni yo me podía creer que estuviese allí y lo que veían mis ojos, pasé dos días con los pelos como escarpias. Llevaba más de siete meses deseando llegar a un desierto de los que se pueden vivir, no de escaparate, y esa incursión significó mucho para mí. Allí pasé lo que hasta ese momento había sido la experiencia más “Murphy” de mi vida, un buen rato de lluvia en medio del desierto más seco del mundo (según la Wikipedia).
Pero yo en realidad me dirigía a otro desierto, Gobi solo se cruzó en mi camino y no pude aguantar las ganas de una noche estrellada, acunada por el silencio absoluto. Proseguí camino haciendo alguna breve parada en otros oasis de Xinjiang, donde me encontré de frente con el Ramadán, que me acompañó durante los siguientes 25 días… Qué suplicio!!
Llegué a Kashgar, en bus, porque aquí lo de los trenes se las trae. Lo que algunos llaman “la perla de Xinjiang” (provincia de China), es una ciudad más turística, cara y desarrollada de lo que yo esperaba, así que me desvié un poco del camino para intentar unos días de desierto salvaje (a precio razonable) en el que ya se había convertido en el objetivo de toda mi fase asiática, el desierto de Taklamakan, que traducido significa “si entras, no saldrás”. En realidad no es para tanto, se tarda unos 30 ó 35 días en cruzarlo completo desde Dunhuang hasta Kashgar, en camello, y se puede hacer, ya me habría gustado, pero andaba ya escasa de tiempo.
Con esa intención llegué a Khotan, base desde la que pude organizar y realizar tres maravillosos días de desierto en estado puro, el más puro que yo he conocido hasta ahora. Pero este superó a Gobi en algo. No fue la altura de sus dunas, el color de su arena, el número y brillo de las estrellas o el abrumador silencio, no, fueron unas 15 horas de lluvia, primero intensa y luego leve pero constante. Definitivamente Murphy se había venido a hacer prácticas en este lado de China. Cuando encuentre las palabras para describir semejante espectáculo escribiré sobre ello. Hasta ahora, la experiencia de mi vida, la tormenta desértica más variada, intensa, duradera y feroz que he vivido nunca. Un nuevo descubrimiento, el olor del desierto mojado es muy especial, completamente diferente a todos los conocidos. Disfrutar de un gran desierto, después de una noche completa de lluvia…
En este punto me planteo intentar llegar a Lhasa de “ilegal”, para, a través de Nepal, plantarme en India. Eso significa encontrar un bus en Yencheng, que quiera sobornar a la poli y viajar por rutas alternativas, evitando los controles policiales; o autostop en algún camión que se preste a lo mismo. Pero ambos cobran unos 100€ al cambio, pocos se lanzan a tal hazaña y, lo intenté, pero no hubo suerte, dado que no tenía mucho tiempo para negociar. En esos momentos lo difícil no era lo habitual, o sea, entrar a Tíbet, sino que lo era salir de Xinjiang por las revueltas que acontecieron un mes atrás. Así que tuve que elegir sí o si el plan B. Si fallaba este por algún motivo solo me quedaba volver por donde había venido, para lo que ya no me quedaban días en el visado. A parte que solo de pensar en el sudeste asiático se me revuelve el estómago. Tenía que salir por Pakistán.
Regresé a Kashgar para continuar por la KKH (Karakorum highway). Hay un autobús que te lleva a Kaskorgan, la ciudad fronteriza de China, pero yo había oído algo de un lago estupendo como a mitad de camino y quería parar. Compré mi billete de bus pero, por circunstancias, también me compré una cabra, a la que llamé Takim. Más bien ella me “compró” a mi, aunque yo pagué por ella, un precio ridículo, pero así fue. Y claro, con Takim no me admitían en el bus, así que pasé de caminar, a una carreta de burro, de allí a una carreta de motillo, luego a la caja de un pic-up que me dejó en el lago Karakul.
Rodeada de un azul utópico, base de enormes montañas de copete blanco, Atila, la prima de Heidi, en los Himalayas, me recibió como una detonación de energía. Pasé allí otros dos días, aprendiendo a pastorear, respirando aire puro y fresco (muy fresco) y conviviendo con la familia de Atila en su yurta. Intercambio de regalos en los que mi pobre Takim se vio involucrada y me marché tristona, pero tan contenta con mi gorro de piel de “zorro” estilo ruso, por supuesto de segunda o quinta mano. Sabçia que Takim quedaba en buenas manos y en el lugar que la corresponde.
Me negué a pagar de nuevo mi billete de bus, así que tras dos horas y media, ya con mi pulgar al grado previo a la congelación, un camioncillo me paró, y pude llegar a Taskorgan, sobre un montón de sacos de arroz, porque la cabina iba full, y por supuesto congelada, excepto las orejas, gracias a mi nuevo gorro.
Al día siguiente tomé el bus que me sacaría de China y tras atravesar esa parte de “tierra de nadie” que separa las fronteras de ambos países, donde se cruza el Kunjerab Pass, entramos en Pakistán. El cambio, en casi todos los sentidos, es abrupto y radical, pero encantador, y es que los paquistaníes han resultado ser el pueblo más hospitalario que conozco, junto con los sirios. Ahora comparten el podium de la hospitalidad.
El paso por ese país “tan peligroso”, no puedo dejar de extrañarme cada vez que lo oigo, y lo oigo mucho, como decía el paso fue bastante rápido, solo paré en Gilgit un día, en Rawalpandi dos días y cuatro en Lahore, que ya es prácticamente India, musulmana al 89% pero muy India. En Lahore conseguí retomar las comunicaciones que había perdido desde Dunhuang. Y tuve también algo de turismo y sesión de sastrería, porque aquello del “disfraz” no es que sea necesario en absoluto, pero te abre puertas y te respetan más, así que dos trajecitos, de algodón bueno buenísimo y a precio de risa. Confeccionados a medida en 24 horas y, por supuesto, con pañuelo enorme, que me costó un buen rato aprender a manejarme con aquello sobre mi cabeza y mis hombros, con la mochila tirando por todos lados, que si se me cae de un lado, del otro, en fin, una odisea, pero aprendí. Y la verdad, después de tanto tiempo, apetece y da gusto vestirse de señorita, aunque sea “Indian-musulman Style”.
Y llegué a India. Solo me costó cinco intentos frustrados y unos 17.000 Km. de rodeo, pero a la 6ª va la vencida, porque el que la sigue la consigue. Entré por Amritsar a 15 días de mi vuelo de regreso a Sydney, con el único objetivo de hacer las dos cosas más destacables del país: el Ganges y el Taj Mahal. Por algún motivo que todavía me pregunto, aunque le estoy echando la culpa a la cantidad de gente rarísima que hay por todas partes y el calor sofocante, cumplir con tan simples objetivos me costó dos leves crisis de ansiedad, de las que salí airosa en unas horas (en ambas ocasiones). Culminados ambos dos objetivos, con 5 días de antelación (porque me salté un par de cositas más que me apetecían), llegué a Delhi, sin ánimo alguno de hacer turismo, con unas ganas tremendas de salir de Asia, a la que creo que dejé demasiado tiempo por desconocimiento, y una enorme ilusión por mi próximo reencuentro con el mundo latino. Qué bien que me calculé las fechas, para pasar mi cumple en Chile, creo que si lo paso en Asia me habría costado una pequeña depresión.
Pasé 4 días de avión en aeropuerto y de aeropuerto en avión. Creo que fueron 4 aunque todavía no lo tengo muy claro. Salí de India el día 26 de Septiembre a las 09:00, hora y fecha locales, y llegué a Chile el día 30 de Septiembre a las 12:35, hora y fecha locales, pero yo había dormido cinco noches y vivido 6 días. En mi diario hay dos días con fecha 30.09.09. Y esto, queramos o no, se llame jet lag o como se llame, trasconeja mucho, hasta dos días de inestabilidad física, porque la mental la tengo perpetua.
Y aquí estoy, como en casa. El reencuentro con nuestra cultura me ha sentado de maravilla, y eso que hay grandes diferencias, pero somos tan parecidos, que me encuentro muy a gusto. Los horarios, el clima, aquí está empezando la primavera y hace fresquito, qué gozada!! Y la comida, qué importante es la cultura culinaria. Ahora las raciones “normales” me parecen brutales, acostumbrada a comer en esos cuenquitos de nada, enanitos y cuasi vacíos, acostumbrada a que la carne es la guarnición, llego aquí y lo primero que hago es comerme un pollo asado, bueno solo pude con un cuarto, cuando en Asia, medio pollo no me llenaba, aquí un cuarto me desborda. Y lo segundo que hago fue cenarme… ¡¡¡cenar!!! una parrillada de carnaza, que todavía estoy intentando digerir… era mi cumple, no me regañéis. Con lo bien que me estaba quedando, creo que en tres meses me recupero, a no ser que me ponga a dieta. Además he visto un plato típico que es de judías, y también lentejas (si en India había pero picaban), y las sopas son SOPAS, con material, no solo noodles y hierbitas, en fin, lo que es gastronomía latina.
Y es que como alguna vez he dicho, mola descubrir lugares nuevos, culturas, gentes, y si, también la gastronomía, entre otras muchas cosas. Pero eso mola, al menos a mi, en plan “vacaciones”. Ya se sabe que “lo poco gusta y lo mucho cansa”. De modo que estoy encantada de reencontrarme con la herencia de nuestras raices. Y, dicho sea de paso, con la civilizadión.
Entré a China desde el norte de Vietnam a mediados de Agosto, y metí la directa porque es un país al que tampoco quería ir (a este ni por asomo), pero que terminó resultando mi “salvador”. En pocos días de bus, tren y un corto vuelo, llegué al norte para encontrarme con los últimos vestigios de la Gran Muralla, que parece que si uno ha visto el interminable muro ya puede decir que ha estado en China.
Seguí esos restos de adobe enladrillado hacia el oeste, lo que me llevó a la ciudad-oasis de Dunhuang, desde donde accedí de forma “casual” (si las casualidades existen) y completamente improvisada al fastuoso desierto de Gobi. Ni yo me podía creer que estuviese allí y lo que veían mis ojos, pasé dos días con los pelos como escarpias. Llevaba más de siete meses deseando llegar a un desierto de los que se pueden vivir, no de escaparate, y esa incursión significó mucho para mí. Allí pasé lo que hasta ese momento había sido la experiencia más “Murphy” de mi vida, un buen rato de lluvia en medio del desierto más seco del mundo (según la Wikipedia).
Pero yo en realidad me dirigía a otro desierto, Gobi solo se cruzó en mi camino y no pude aguantar las ganas de una noche estrellada, acunada por el silencio absoluto. Proseguí camino haciendo alguna breve parada en otros oasis de Xinjiang, donde me encontré de frente con el Ramadán, que me acompañó durante los siguientes 25 días… Qué suplicio!!
Llegué a Kashgar, en bus, porque aquí lo de los trenes se las trae. Lo que algunos llaman “la perla de Xinjiang” (provincia de China), es una ciudad más turística, cara y desarrollada de lo que yo esperaba, así que me desvié un poco del camino para intentar unos días de desierto salvaje (a precio razonable) en el que ya se había convertido en el objetivo de toda mi fase asiática, el desierto de Taklamakan, que traducido significa “si entras, no saldrás”. En realidad no es para tanto, se tarda unos 30 ó 35 días en cruzarlo completo desde Dunhuang hasta Kashgar, en camello, y se puede hacer, ya me habría gustado, pero andaba ya escasa de tiempo.
Con esa intención llegué a Khotan, base desde la que pude organizar y realizar tres maravillosos días de desierto en estado puro, el más puro que yo he conocido hasta ahora. Pero este superó a Gobi en algo. No fue la altura de sus dunas, el color de su arena, el número y brillo de las estrellas o el abrumador silencio, no, fueron unas 15 horas de lluvia, primero intensa y luego leve pero constante. Definitivamente Murphy se había venido a hacer prácticas en este lado de China. Cuando encuentre las palabras para describir semejante espectáculo escribiré sobre ello. Hasta ahora, la experiencia de mi vida, la tormenta desértica más variada, intensa, duradera y feroz que he vivido nunca. Un nuevo descubrimiento, el olor del desierto mojado es muy especial, completamente diferente a todos los conocidos. Disfrutar de un gran desierto, después de una noche completa de lluvia…
En este punto me planteo intentar llegar a Lhasa de “ilegal”, para, a través de Nepal, plantarme en India. Eso significa encontrar un bus en Yencheng, que quiera sobornar a la poli y viajar por rutas alternativas, evitando los controles policiales; o autostop en algún camión que se preste a lo mismo. Pero ambos cobran unos 100€ al cambio, pocos se lanzan a tal hazaña y, lo intenté, pero no hubo suerte, dado que no tenía mucho tiempo para negociar. En esos momentos lo difícil no era lo habitual, o sea, entrar a Tíbet, sino que lo era salir de Xinjiang por las revueltas que acontecieron un mes atrás. Así que tuve que elegir sí o si el plan B. Si fallaba este por algún motivo solo me quedaba volver por donde había venido, para lo que ya no me quedaban días en el visado. A parte que solo de pensar en el sudeste asiático se me revuelve el estómago. Tenía que salir por Pakistán.
Regresé a Kashgar para continuar por la KKH (Karakorum highway). Hay un autobús que te lleva a Kaskorgan, la ciudad fronteriza de China, pero yo había oído algo de un lago estupendo como a mitad de camino y quería parar. Compré mi billete de bus pero, por circunstancias, también me compré una cabra, a la que llamé Takim. Más bien ella me “compró” a mi, aunque yo pagué por ella, un precio ridículo, pero así fue. Y claro, con Takim no me admitían en el bus, así que pasé de caminar, a una carreta de burro, de allí a una carreta de motillo, luego a la caja de un pic-up que me dejó en el lago Karakul.
Rodeada de un azul utópico, base de enormes montañas de copete blanco, Atila, la prima de Heidi, en los Himalayas, me recibió como una detonación de energía. Pasé allí otros dos días, aprendiendo a pastorear, respirando aire puro y fresco (muy fresco) y conviviendo con la familia de Atila en su yurta. Intercambio de regalos en los que mi pobre Takim se vio involucrada y me marché tristona, pero tan contenta con mi gorro de piel de “zorro” estilo ruso, por supuesto de segunda o quinta mano. Sabçia que Takim quedaba en buenas manos y en el lugar que la corresponde.
Me negué a pagar de nuevo mi billete de bus, así que tras dos horas y media, ya con mi pulgar al grado previo a la congelación, un camioncillo me paró, y pude llegar a Taskorgan, sobre un montón de sacos de arroz, porque la cabina iba full, y por supuesto congelada, excepto las orejas, gracias a mi nuevo gorro.
Al día siguiente tomé el bus que me sacaría de China y tras atravesar esa parte de “tierra de nadie” que separa las fronteras de ambos países, donde se cruza el Kunjerab Pass, entramos en Pakistán. El cambio, en casi todos los sentidos, es abrupto y radical, pero encantador, y es que los paquistaníes han resultado ser el pueblo más hospitalario que conozco, junto con los sirios. Ahora comparten el podium de la hospitalidad.
El paso por ese país “tan peligroso”, no puedo dejar de extrañarme cada vez que lo oigo, y lo oigo mucho, como decía el paso fue bastante rápido, solo paré en Gilgit un día, en Rawalpandi dos días y cuatro en Lahore, que ya es prácticamente India, musulmana al 89% pero muy India. En Lahore conseguí retomar las comunicaciones que había perdido desde Dunhuang. Y tuve también algo de turismo y sesión de sastrería, porque aquello del “disfraz” no es que sea necesario en absoluto, pero te abre puertas y te respetan más, así que dos trajecitos, de algodón bueno buenísimo y a precio de risa. Confeccionados a medida en 24 horas y, por supuesto, con pañuelo enorme, que me costó un buen rato aprender a manejarme con aquello sobre mi cabeza y mis hombros, con la mochila tirando por todos lados, que si se me cae de un lado, del otro, en fin, una odisea, pero aprendí. Y la verdad, después de tanto tiempo, apetece y da gusto vestirse de señorita, aunque sea “Indian-musulman Style”.
Y llegué a India. Solo me costó cinco intentos frustrados y unos 17.000 Km. de rodeo, pero a la 6ª va la vencida, porque el que la sigue la consigue. Entré por Amritsar a 15 días de mi vuelo de regreso a Sydney, con el único objetivo de hacer las dos cosas más destacables del país: el Ganges y el Taj Mahal. Por algún motivo que todavía me pregunto, aunque le estoy echando la culpa a la cantidad de gente rarísima que hay por todas partes y el calor sofocante, cumplir con tan simples objetivos me costó dos leves crisis de ansiedad, de las que salí airosa en unas horas (en ambas ocasiones). Culminados ambos dos objetivos, con 5 días de antelación (porque me salté un par de cositas más que me apetecían), llegué a Delhi, sin ánimo alguno de hacer turismo, con unas ganas tremendas de salir de Asia, a la que creo que dejé demasiado tiempo por desconocimiento, y una enorme ilusión por mi próximo reencuentro con el mundo latino. Qué bien que me calculé las fechas, para pasar mi cumple en Chile, creo que si lo paso en Asia me habría costado una pequeña depresión.
Pasé 4 días de avión en aeropuerto y de aeropuerto en avión. Creo que fueron 4 aunque todavía no lo tengo muy claro. Salí de India el día 26 de Septiembre a las 09:00, hora y fecha locales, y llegué a Chile el día 30 de Septiembre a las 12:35, hora y fecha locales, pero yo había dormido cinco noches y vivido 6 días. En mi diario hay dos días con fecha 30.09.09. Y esto, queramos o no, se llame jet lag o como se llame, trasconeja mucho, hasta dos días de inestabilidad física, porque la mental la tengo perpetua.
Y aquí estoy, como en casa. El reencuentro con nuestra cultura me ha sentado de maravilla, y eso que hay grandes diferencias, pero somos tan parecidos, que me encuentro muy a gusto. Los horarios, el clima, aquí está empezando la primavera y hace fresquito, qué gozada!! Y la comida, qué importante es la cultura culinaria. Ahora las raciones “normales” me parecen brutales, acostumbrada a comer en esos cuenquitos de nada, enanitos y cuasi vacíos, acostumbrada a que la carne es la guarnición, llego aquí y lo primero que hago es comerme un pollo asado, bueno solo pude con un cuarto, cuando en Asia, medio pollo no me llenaba, aquí un cuarto me desborda. Y lo segundo que hago fue cenarme… ¡¡¡cenar!!! una parrillada de carnaza, que todavía estoy intentando digerir… era mi cumple, no me regañéis. Con lo bien que me estaba quedando, creo que en tres meses me recupero, a no ser que me ponga a dieta. Además he visto un plato típico que es de judías, y también lentejas (si en India había pero picaban), y las sopas son SOPAS, con material, no solo noodles y hierbitas, en fin, lo que es gastronomía latina.
Y es que como alguna vez he dicho, mola descubrir lugares nuevos, culturas, gentes, y si, también la gastronomía, entre otras muchas cosas. Pero eso mola, al menos a mi, en plan “vacaciones”. Ya se sabe que “lo poco gusta y lo mucho cansa”. De modo que estoy encantada de reencontrarme con la herencia de nuestras raices. Y, dicho sea de paso, con la civilizadión.